The Beijing Center

BU LA

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By Laura Rojas-Aponte

Hoy me parece que el comienzo de la rutina inicia con el simple acto de almorzar. El primer llamado del estómago fue a las 11:30 de la mañana en mi cuarto, a unos cinco minutos del edificio de cafeterías. A las 12:30, una hora después, logré pedir un bowl vegetariano con poquito picante y pagar exitosamente la exuberante suma de 18.5 RMB, unos 6.100 pesos colombianos.

Como sabrán mi mandarín apesta. No se debe a que tenga mala pronunciación, hable con los tonos erróneos o porque mi acento latino sobresalga sobre mi destresa, no. La falla responde a mi total incompetencia. Como soy colombiana y mi familia me enseñó a ser “viva”, encontré una maravillosa opción que me saca de apuros en las pequeñeces de la vida. La parte problemática es que mi recurso es perezoso y, lo peor, solo funciona con efectividad en el campus de universidad.

La escuela a la que asisto se llama The Beijing Center for Chinese Studies (TBC). El centro es una dependencia de Loyola University of Chicago que no tiene más de veinte personas trabajando en Beijing. Ya lo verán en mis relatos, la vida en China es masiva y usualmente los espacios están diseñados para ser ocupados por muchas, muchas personas, así que TBC, con sus diez y ocho trabajadores y sus sesenta y cinco estudiantes, no encajaría en la dinámica cultural de no ser por el hecho que está hospedado por UIBE, University of International Business and Economics, el adorable lugar en el que como mi bowl vegetariano de espinacas, brócoli, tofú, champiñones y un poquito de picante.

Frecuentemente los estudiantes de UIBE tienen clases en inglés, incluso hay una carrera que se llama English Management (no me pregunten de qué se trata ni porque lo restringen solo a inglés). En todo caso mi alternativa en estos días ha sido preguntar al estudiante más cercano si habla inglés y luego pedirle sus servicios como intérprete personal. Si el estudiante es muy penoso o su inglés es tan bueno como mi mandarín, entonces acudo al siguiente. ¿Se acuerdan que hablé de los espacios masivos? Pues siempre hay otro, y otro chino al que puedo pedir ayuda.

Hoy, luego del primer llamado del estómago en la mañana fui a la fotocopiadora y usé mi artimaña. Una china Han de 1.75 y piel blanca bien protegida del sol en este verano de 30ºC me ayudo a pedir una copia de un libro de 475 páginas. Según su traducción, debo recogerlo hoy a las 6:30 pm y pagar 25 RMB, un poquito más de ocho mil pesos colombianos.

En la cafetería la historia fue menos afortunada, aunque reconozco que la dificultad me dio energía para escribir esta entrada. Llegué al edificio comedor y los cuatro pisos estaban tetiados. Cuando finalmente alcancé mi destino, todos los estudiantes parecían muy ocupados para ayudar a una extranjera que ni siquiera es tan llamativa; si fuera mona o negra habría tenido toda la atención, lo garantizo.

Logré llegar a un puestico y hacer mi pedido. Recordé mágicamente como se dice “picante” y pude decir “no” cuando me preguntaron si también quería arroz. Almorcé sola antes de pasar por la biblioteca para hacer mis lecturas del lunes. Parece que la vida con obligaciones y rutinas en China comenzó este viernes al mediodía.

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