By Laura Rojas-Aponte
Desde UIBE, la universidad en la que vivo, se puede llegar a los Hutongs en carro, taxi, bus, moto (no estoy segura, en algunas zonas están prohibidas), metro o bicicleta. Para mí, bus, metro y taxi parecían las únicas opciones reales. Sin embargo, durante el fin de semana, mis compañeros de TBC y yo –acompañados por un grupo adorable de estudiantes chinos– fuimos al lugar montando en bicicleta.
El recorrido supone más o menos media hora, a nosotros nos tomó más de una. La demora está en que China tiene reglas de tránsito bien particulares. En Beijing, como en el resto de ciudades que conozco, los carriles están regulados por semáforos. La particularidad de esta ciudad es que los postes no están ubicados en la esquina de la calle que regula, sino en la cuadra siguiente. Diez rayitas de poder para los que vieron el semáforo en la foto que inicia el post.
El cambio de distribución, para continuar, significa que el conductor debe detenerse si quiere moverse por el camino que sucede al semáforo, pero puede andar si lo que quiere es girar a la izquierda, a la derecha o si se le antoja parquear por ahí. En Beijing, las bicicletas tienen un carril exclusivo para transitar. Y, adivinen qué, los que pedalean también pueden girar en rojo si se les dá la gana.
La relación de Beijing con la bicicleta se equipara a la de Copenhague. Encontré enThe Beijinger –revista y sitio web recomendadísimos– que en 1986 la capital de China era la ciudad más pedaleada del mundo. Entonces tenía tres millones trescientos mil recorridos en bicicleta al día, no me pregunten cómo se mide eso, pero ahí está el dato. En la actualidad, la capital de Dinamarca tiene alrededor de doscientos mil recorridos diarios. Ya sé, Copenhague es más pequeña y lo impresionante es su cultura de la bicicleta, no la cifra de usuarios. En todo caso, el dato histórico demuestra que Beijing,The real biking capital of the world, tiene el número de recorridos de bici más alto que cualquier otra ciudad ha tenido antes.
Como mencioné, las comodidades son significativas. Beijing es plana. Hay un carril dedicado a las bicicletas del mismo ancho que los carriles para carros, convenientemente aislado del resto del tráfico por separadores metálicos de un metro de alto o por largas filas de árboles bonitos. Un defectillo es que si un carro quiere acceder al andén tiene que movilizarse por el carril y entonces el camino se hace riesgoso. Un defectote, que la ética del ciclista se basa en “Acá voy yo, el resto no me importa”, así cada transeúnte se gana su respeto y el tráfico para los occidentales se vuelve un drama. De todas maneras, no es peor que en Bogotá. Las bicicletas motorizadas son populares, así como las bicicletas con cabina y la imagen de viejitos muy viejitos pedaleando. Las dos ruedas, sin embargo, no dan abasto con las necesidades de una ciudad de más de veinte millones de habitantes.
Entonces Beijing tiene un metro de 16 líneas. Es masivo, sí, pero el servicio es de altísima calidad. Las señales son a prueba de bobos; cualquiera las entiende, son abundantes y están en mandarín e inglés. Las estaciones son impecables y, a excepción de la Linea 1, las plataformas tienen puertas de vidrio. El metro de Beijing, según la página del gobierno que promociona al país, mueve un poco más de siete millones de usuarios al día. La población de Bogotá rodea los siete millones trescientos. En el subterráneo, un usuario puede moverse con un tiquete ilimitadamente siempre y cuando no salga de las estaciones. La tarifa, ¡ténganse!, 2 RMB, o $615 pesos colombianos.
Llegar a los Hutongs en bicicleta me recordó la carreta política que –en occidente– ronda el tema de evolucionar de cuatro a dos; ruedas. En Beijing, el metro, el tranvía y el sistema de buses son puntuales y organizados, pero no dan abasto. El trancón en las autopistas es una constante y las opciones anteriores no mejoran el aire; una de las urgencias en la agenda nacional. Desprevenidamente, los miles de ciclistas que pedalean la ciudad hacen un contrapeso silencioso a las políticas en pro del aire sucio que el afán por llegar al lugar uno de la economía mundial ha dejado en China.
Hace un par de días le pregunté capciosamente a Linda, una hermosa, bella y grata a la vista china que me ayuda dos veces a la semana con mi mandarín, por qué Los Hutongs eran tan importantes. Aunque ella nunca los visita, me dijo que los habitantes de Beijing valoran el hecho que la modernización no extinguió la ciudad ancestral. Resulta milagroso, además, que los pasadizos que conforman las zonas no fueran completamente destruidos durante la Revolución cultural. El “ánimo de mejora” de El Part’do y la velocidad con la que los chinos construyen y destruyen continúa siendo el ejecutor de acciones con consecuencias sin reversa. La nube blanca, producto de la polución, que ronda constantemente a Beijing es una metáfora contundente del asunto